Por: Flor De Liz Santiago
Fernández, Trabajadora Social, Especialista en Autismo, Autora y Escritora
Hay momentos en que Dios nos coloca en una posición de servir, cuando en
realidad lo que necesitamos es ser servidos. La vida y mi experiencia me han
llevado a comprender sus razones. Mientras trabajo a través de mi servicio
ayudando y colaborando con otros, él se va encargando de cada una de mis
situaciones mientras me capacita para resolver aquellas en las que he pensado no
tienen solución.
Mientras sirvo a otros, mi corazón se llena de regocijo y me sirve como
aliciente para superar mis más grandes temores. He tenido que reconocer en el
proceso, que sola no puedo librar esta batalla y me he refugiado en la
educación y el servicio como una herramienta esencial para trabajar conmigo,
con lo que me acontece, con mi hijo, con mi familia. Poder ver la sonrisa
dibujada en los labios de otras personas, poder ver cómo se motivan al escuchar
palabras de aliento, me brinda de igual manera la misma sensación. Aunque en
ocasiones mis sentimientos y preocupaciones como madre y ser humano afloran, no
permito que mis debilidades o limitaciones superen mis fortalezas y mi
capacidad de salir airosa.
El diagnóstico de autismo de mi hijo, definitivamente me cambió la vida.
Hoy por hoy no soy la misma persona, no soy la misma mujer. No obstante, he
tomado el lado objetivo de la situación, lo que me ha llevado a reconstruirme,
resurgir, renacer y lo que me ha fortalecido para así fortalecer a otros. Aunque
el nivel educativo es un medio clave para poder llegar a otras personas, siento
y pienso que la humanidad, la empatía, la experiencia, el diario vivir, la
solidaridad me han brindado todo lo que la academia jamás pudo y podrá
brindarme.
Soy ese ser humano, esa mujer y esa madre que se ve reflejada en cada
familia, en cada situación e intenta dar lo mejor de sí para asistirles. Soy
esa mujer que no vive de competencias, como tampoco de envidia o de usurpar
lugares que no me corresponden. Soy esa mujer que hace su trabajo con amor y
por amor, porque me apasiona lo que hago y siento que no puedo dejar de hacerlo
aunque en ocasiones como humana, me debilite.
Mis fuerzas para enfrentar el diagnóstico de autismo en mi hijo
diariamente provienen de Dios y de nadie más que de él. Lo demás lo he buscado
por mi parte, es decir, la educación y la formación para contar con las
herramientas para brindarle lo mejor que pueda.
El camino es pedregoso, pero he desarrollado las destrezas para ir poco
a poco moviendo cada piedra en el camino. Aunque ahora no vea los resultados
esperados, continúo trabajando por ello y mantengo mi fe, descrita como la
certeza de lo que se espera la convicción de lo que no se ve.
Yo visualizo a mi hijo como una persona independiente, productiva en la
sociedad y disfrutando de una vida plena y hacia eso voy aunque agote todas mis
fuerzas en el intento. De igual forma, quiero llevar el mensaje de que nunca
podemos rendirnos y de que la última palabra la tiene Dios.
Por tal razón, aunque mi carne se debilite y en mi humanidad entre en
procesos en donde me invada la duda, me repongo y me sostengo en mi fe antes
descrita. Porque un día creí que nada es imposible para Dios y jamás dejaré de
creerlo. Por lo que, no importa lo que suceda a mi alrededor, o quiénes se
levanten para hacerme la guerra, continuaré con la encomienda que Dios ha depositado
en mis manos. Acompañar a las familias en este proceso que aunque no es fácil,
es manejable si estamos acompañados brindándonos apoyo unos a otros. Porque no hay mejor placer que el de servir.